martes, 11 de septiembre de 2007

De reguetón, poesía, Monte Plata y un ídolo

Se me antoja



POR MARIVELL CONTRERAS
Recuerdo un viaje a Monte Plata hace un par de años en que mi carro de entonces estaba en el taller y me fui con mi amiga de infancia, Inocencia Rivera (a quien su madre apodó como Moreja para distinguirla del apodo de mi madre, que es Morena).

Unas amigas casi hermanas que nacieron el mismo año y crecieron en dos casas contiguas con un patio en común (fuimos a la escuela juntas desde la primaria hasta la universidad) y que en medio de la maravilla frondosa y verde de nuestra aldea, nos juramos ser amigas para siempre (con la sangre extraída de un dedo con una espina de naranja).

El caso que se me antoja contar es el de ese viaje, especialmente. En ese momento, mi amiga era la fanática número uno del reguetón (para mí era una música nueva en proyección, pero para ella KQ94 era su estación).

Eran las tres de la tarde cuando emprendimos el viaje vía la avenida República de Colombia y luego la Charles de Gaulle (el peor fracaso de lo que hizo Balaguer) para salir a Villa Mella y de ahí recorrer tranquilas el folclor de ese sector, la peculiaridad de Punta (que se quedó en el medio de un proyecto de caña sin caña y sin tren), de donde ahora está erguida la figura de Mamá Tingó (en la Bomba, obra que hay que reconocerle a Daniel Louis) y después de la clásica cerveza en la Simpatía, de Odalís (que era nuestro chofer favorito en la época en que íbamos a la Universidad), continuamos mirando que Guanuma resiste, persiste y crece en población y en casas de cemento que demuestra que los hijos que se fueron, pudieron…

Así íbamos, yo soportando (juro que era un sacrificio entonces) el "gavete", el "fuete" y otras frases de esa época y preguntándole cómo podía pasarse el día a ese ritmo.

Fue en uno de esos momentos que se me ocurrió la brillante idea de sacar un cidí de mi cartera y decirle "mira lo que traje"…

Cuando lo miró, con cara de tú estás loca, me contestó: ¿y quién quiere oír eso? Y yo, un tanto optimista le dije "ahora, no, pero creo que tendrá su espacio en nuestras vidas esta noche".

Así que llegamos a Monte Plata. Nos fuimos para nuestras respectivas casas. Ella fue a la mía a saludar a mi familia y yo fui a la de ella a saludar a la suya. Salimos a dar una vuelta por el pueblo, que consistió en pararnos un rato en el colmado de Tony –fría bien fría, incluida- y luego ir a buscar a Edgar Reyes a su casa y llevarlo con nosotras hasta la esquina de Tomás –frente a su casa- donde nos sentamos a conversar con mi cuñado Chico (el prestigioso abogado, Luis Freddy Santana), sobre literatura y otros temas.

A esa hora, pasaban de las 11 ya, estábamos muy lejos del reguetón, porque entonces ni Chico ni Edgar hubieran soportado el reguetón, sobre todo porque esa semana yo le había preparado un homenaje a René del Risco y Bermúdez en el Boulevard de la 27 y ninguno pudo ir, pero los dos sufrieron su ausencia.

Además de conversarlo, les llevé la sorpresa de poner en el radio del carro de ella, por supuesto, la poesía y los testimonios que René provocó esa noche mágica, como ha provocado siempre.

Cuando ya todos nosotros no éramos otra cosa que una masa única, sensibilizada por la poesía de René del Risco, y pasaban de las dos de la mañana, saqué el disco que antes le había provocado tanta animadversión a mi amiga…

¿Me permiten continuar la próxima semana?

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